Somos adictos a decir no a la vida,
pero cuando podemos tocarla y fluir en ella tememos soltarla,
sabemos que dura poco esa sensación de eternidad o perfección,
así que nos regocijamos en lo que nos han enseñado,
en todas las formas posibles de no ir a la par con ella,
mirarla de lado pero no abrazarla.
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